Apuntes de la lejanía busca sugerir que mucho de lo que somos, pensamos y hacemos radica en nuestras conductas y actitudes que nos remiten a la idea del mundo que hemos construido o reproducido con nuestras praxis lingüísticas. Entonces, si aceptamos esta posibilidad sería muy interesante revisar nuestros léxicos con tal de empezar a palpar quiénes somos, a donde vamos, qué queremos, así como las grandes maravillas que podemos hacer desde nuestro lenguaje. Una de estas maravillas, sugiero, bien puede ser confirmar la idea de que podemos construir una sociedad más interesada en la productividad, en la eficiencia, en el desarrollo humano, en el respeto, en la dignidad que como individuos nos merecemos y nos exigimos hacia los demás. Y esto sólo puede ser producto del dialogo y, en consecuencia, del reconocimiento de la existencia del otro, de los otros, un diálogo capaz de reconocer las grandes diferencias que poseemos y esto no como un obstáculo sino como un ejercicio que nos invita a interesarnos en saber quién es el otro, cómo piensa, qué podemos hacer y construir en colectivo. Me parece que el dialogo entre los desiguales puede reducir la brecha que la lejanía impone en temas como, por ejemplo, la distancia enorme, entre individuos y naciones, que genera la inequitativa distribución de la riqueza a nivel local y global.