La casa que está en todas partes hace justamente eso: propone una visión distinta de esos lugares de la vida donde se juntan el dolor, el placer y el deseo, hecha a partir de la observación de otro momento de la historia, con otros personajes y otro tono —varios otros tonos—, y los mismos ingredientes, sí, en lo esencial, pero distribuidos en proporciones muy distintas. Su tiempo es más cercano al presente de quienes la leerán en la presente edición; su contexto urbano no sabe dulce, a lentitud y zozobra, sino amargo y picante a la vez, a velocidad, agotamiento y rabia; su habla no es contenida y reconcentrada sino desbordante: violenta.